Hay libros que caen en las manos, esos libros, curiosamente cubren un vacío, cavan una fosa, siembran un sinnúmero de interrogantes, posibilitan una acción, desencadenan la reflexión; aceleran el pensamiento. Me ocurrió con Egipto, de Manuel Pérez Subirana, (Barcelona, 1971); novela finalista del premio Herralde del año 2005. La crítica de entonces celebra esta segunda entrega del autor, tanto como la primera: Lo importante es perder. Pero Subirana es un ganador nato: Egipto se desencadena a partir de un acontecimiento que tuvo cita veintidós años atrás, el día que el equipo de fútbol de Egipto pierde un partido con Inglaterra. Al cabo de dos días, entre las noticias que lee Roberto Brest en el periódico, destaca una tragedia: un hombre, tras la derrota de Egipto se ha suicidado dejando una misiva que decía lo siguiente: “Tras la derrota de Egipto ya nada tiene sentido”. Roberto B, nunca olvidará aquella noticia, pues a él, le empieza a ocurrir algo similar. Su vida gira en torno a esa derrota; a la idea de que llega un momento en que nada tiene sentido. Hecho incomprensible, sobre todo cuando se tiene las armas para convertirse en un triunfador. Es así como Roberto B decide no ejercer la carrera de medicina. Toma esa decisión. Sí. Un día. Así de simple: porque no quiere, o por miedo simplemente. Miedo a lo predestinado. Deseos ansiosos por desafiar al propósito que construimos y que quizás, no haya sido más que un espejismo para caer en la gracia de las conciencias que viven ajenas a la nuestra, pero pendientes de nuestros movimientos. No siempre uno se atreve a salirse por la puerta de atrás. Pues en estos tiempos cronometrados, un mal paso, un error de cálculo, puede conducir a la locura o como le ocurre a Roberto Brest, a la desesperación constante. Pese a las innumerables buenas condiciones que reunía para ello, no, no ejerció la carrera de medicina. Y al igual que un Bartleby que “preferiría no hacerlo”, se refugia en una fábrica de plásticos como peón. Ahí pasa sus días: encerrado en la cárcel laboral de una nave, donde solamente ha dejado aflorar su frustración y los deseos de largarse. Un día da la impresión que parece demasiado tarde para rectificar. Roberto Brest cumple con el sistema, vive dentro del sistema no obstante, con justificada razón lo critica, agachando la cabeza en aquella fábrica que parece haber contratado a esclavos. Así, tal trabajo, a la larga le obliga a replantear sus responsabilidades. Roberto es un perdedor que se da cuenta de su condición, pero sobre todo es honesto. Tiene una mujer maravillosa que vive una vida intensa y él, la ama como puede pues se piensa demasiado las cosas, ejercita sus gritos silenciosos en las páginas de un diario que se extiende como parte de un desafío, de la misma manera que inventa posibles historias que convertirá en novelas que nacen y mueren a medias. Egipto, es la vida cotidiana de Roberto Brest. Sus paseos derrotados por las calles de una Barcelona que ya no parece suya. Su irrupción a un bar cuyo nombre no es más que otra de las equivocaciones que ocupan su vida, forma parte de su destino. Ahí conocerá a Sandra y a Jordi, ambos una noche le harán pensar que el reloj de la juventud sigue en curso. Esta es la historia que narra la vida, muriéndose de a pocos, sí, la vida muriéndose de Roberto Brest. Su dolor interior. Su concepción del mundo y su manera terca de mirar. “No elegí no ser un héroe. No elegí ser superado, rebasado por la vida, perder la voluntad y la fuerza, dejarme llevar por la primera corriente, hundirme. Tampoco elegí la forma de salir a flote”. Porque llega un momento en que uno tiene que tomar una determinación. Y él, en ese sentido es honesto, se deja la piel gracias a Persons, personaje que saldrá en su auxilio, ofreciéndole una estrategia, Roberto, a partir de entonces lo deja todo y, guiado por el riesgo, una vez más su vida cobra sentido; conduciéndolo por derroteros insospechados, pero sobre todo haciéndolo tomar conciencia de que merece la pena estar vivo.
15.4.11
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