Editorial Periférica
Novela minimalista compuesta por signos a lo largo de toda su estructura. Breve historia confesional protagonizada por los integrantes de una familia. En Mi Abuelo, Valerie Mejren, (París, 1969) predomina lo cotidiano con una cuidada prosa, ingenua a veces, pero certera a la hora de generalizar. Sabedora de que en cada detalle surge un efecto causado por la acción que lo circunda; que lo impulsa a la próxima revelación de la familia, siempre de la familia. Es como si mantuviera una deuda con su pasado, como si quisiera dejar en claro, momentos simples que conforman una vida, pero que no necesariamente son las típicas celebraciones que guardamos en una foto; sino más bien, hechos desapercibidos que transcurren en casa, palabras que nuestro padre o madre repetían. El dolor de saber a un ser perdido. La alegría ante momentos inesperados. Son sensibles trazos escritos para transportar al lector a una suerte de nostalgia. A un vacío. Basta abrir cualquier página para entender que su minimalismo visual es una provocación. En sí, cuando uno pasar las páginas de este pequeño libro nota que se le está contando una historia, de amores, desamores, odios directos y discretos, pero que también no es intención de la autora para elaborar un texto con inicio desarrollo y final. Cada pequeña pincelada se sustenta por sí sola con dosis de esperanza, de ironía, de desconcierto, de amor al humor por el detalle. Puede que parezca un ejercicio fácil pero es todo un universo analizado por el ángulo de alguien que se asume presente y ausente a la vez. Sólo para poner unos cuantos ejemplos me tomaré la molestia de abrir el libro cuatro veces al azar: “Mi madre tenía muchas faltas de ortografía, un día me pusieron un 9 en un dictado, me soltó que la ortografía era la ciencia de los burros”. “En el baño, los grifos estaban demasiado cerca de la pila, de forma que era imposible lavarse las manos. Había que pegarlas a la loza y retorcer las muñecas”. Y así en la página 48: “teníamos que ir a la cena de Año nuevo con nuestro padre, pero mis hermanos no habían llevado ropa elegante. Decidieron hacer un viaje rápido a casa de nuestra madre que estaba fuera por unos días. Mi padre los acompañó y esperó en el coche. Mi madre había vuelto antes de lo previsto...” Dejo ahí la incertidumbre porque de lo contrario no tendría sentido escribir esto, ya que es más importante dejar que el lector viaje con la imaginación por un territorio que, desde luego le será familiar, se sentirá identificado y sucederá el milagro, pues este libro, tiene eso de los libros que después de su lectura nos ha dicho algo que no hemos leído pero que nos queda claro. “Mi padre nos dice que solo se puede confiar en la familia, porque los amigos se esfuman cuando hay que echar una mano”. Luego recién en la página 62 nos dice, “mi abuelo se llamaba Claude Blum”. Lo que me llamó la atención de este libro es su dosis de realidad, completamente distanciada de las modas, se adentra en un mundo personal con una propuesta distinta aunque haya quien la compare con George Perec, por su Me acuerdo, y salten por ahí especialistas que lanzan una verdad al aire para enmarcar a una escritora que estoy seguro, se guarda una historia que en el futuro dará que hablar. Celebro la búsqueda de nuevas estéticas, en el ambiente literario tan manoseado hoy en día.